En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.
Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin».
María le dijo entonces al ángel: «¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios». María contestó: «Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho». Y el ángel se retiró de su presencia.
Palabras de los Papas
«Para Dios nada hay imposible…» (Lc 1, 37). Sólo con la omnipotencia que ama, sólo con la inescrutable potencia del amor de Dios se puede explicar el hecho de que la Virgen —hija de padres humanos y de generaciones humanas— se convierta en la Madre de Dios. Y, sin embargo, este hecho era incomprensible para Ella misma: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). Pero ¡»para Dios nada hay imposible»! Puesto que la omnipotencia del Eterno Padre y la infinita potencia de amor que actúa con la fuerza del Espíritu Santo hacen que el Hijo de Dios se convierta en hombre en el seno de la Virgen de Nazaret, entonces la misma potencia en previsión de los méritos del Redentor, preserva a su Madre de la herencia del pecado original. «¡Para Dios nada hay, imposible”! Escuchando la Palabra de Dios vivo, la cual nos habla desde lo profundo del primer adviento, salgamos al encuentro de todo lo que el tiempo del hombre y del mundo nos puede traer. Caminemos, unidos, a la Mujer por excelencia, María. (Juan Pablo II, Homilía del 8 de diciembre de 1981)
